Se cumplen 96 años de la muerte de este genio creador, el arquitecto caraqueño Alejandro Chataing, constructor de la mayoría de las obras emblemáticas de Caracas.
Luis Carlucho Martín
Un día como hoy, 16 de abril, del mismo año en el cual un distinguido grupo de estudiantes e intelectuales rebeldes se alzó contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, conocidos como la Generación del 28, murió con apenas 55 años de edad –en cantidad y calidad de obras–, acaso el más prolijo de los arquitectos venezolanos, Alejandro Chataing, conocido como el constructor del régimen de Cipriano Castro.
Chataing, también fue apodado el arquitecto de Caracas, nació en la capital el 24 de febrero de 1873. Hijo de Luis Chataing y Margarita Poleo. De su matrimonio con Carmen Pelayo tuvo tres hijos: Alejandro, Luis y Julio. Su cercanía con el iniciador del Andinato lo llevó a ser responsable de las más relevantes y representativas obras arquitectónicas –tanto en creación, ejecución, así como en refacción o remodelación– y que pasaron a la posteridad y a la historia.
Su formación como Dr en Ciencias Físicas y Matemáticas en la Universidad Central de Venezuela lo coloca en eslabones de comprobada calidad profesional y le genera confianza para experimentar y combinar la diversidad de estilos neobarroco, neorrenacentista, neorromántico, con ciertas influencias musulmanas-hispánicas traídas de España, al oficiar como arquitecto desde su cargo al frente del Ministerio de Obras Públicas.
Llevan su rúbrica obras tan emblemáticas como la Plaza San Jacinto o El Venezolano, el Arco del Triunfo o Arco de Carabobo, el Arco de La Federación en conjunto con profesor Juan Hurtado Manrique, la remodelación del Panteón Nacional, así como la Academia de Bellas Artes y la fachada del Palacio Municipal; Villa Zoila, los teatros Nacional, Ayacucho, Capitol y Princesa; las Iglesias del Sagrado Corazón de Jesús, San Agustín y la Capilla del Santísimo Sacramento; la Quinta Las Acacias, actual sede la Guardia Nacional en El Paraíso; el primer edificio de concreto armado en Caracas que fue el Archivo General de la Nación; la primera sede del Banco de Venezuela, ya demolida; el Hotel Miramar de Macuto con el cual ganó merecido reconocimiento el año de su deceso; junto a Jesús María Rosales y Fruto Vivas hizo la Academia Militar de La Planicie, actual Cuartel de La Montaña, y una de sus obras más representativas por toda la historia y solera atesorada en sus instalaciones, el Nuevo Circo de Caracas, al cual nos referiremos en la siguiente crónica, expuesta con anterioridad por estas vías…
El Nuevo Circo: más de un siglo atesorando la solera caraqueña
Jamás pudo haberse imaginado su arquitecto Alejandro Chataing y su asistente Luis Muñoz Tébar, que los 12 mil asientos del aforo inicial de aquel coso en “estilo neo-morisco” de concreto armado del naciente Nuevo Circo de Caracas –sustituto de la moribunda plaza de toros, el antiguo Coliseo Metropolitano– se llenarían durante las tardes de fiesta brava, repudiada por algunos a los que les encanta un bisteck, y seguida por otros.
Su puesta en marcha –promocionada en las páginas de El Universal y La Religión–, ese domingo 26 de enero de 1919, fue determinante en el marco de la rauda metamorfosis arquitectónica de aquella Caracas vieja en la anárquica y díscola selva de cemento que es hoy.
Aquel, fue un programa de lujo con la participación de dos matadores españoles, de Bilbao, Alejandro “Ale” Sáez y Serafín “Torquito” Vigiola, con astados de la ganadería del mismísimo general Juan Vicente Gómez, quien además aportó mucho para el desarrollo del hipismo criollo.
La novedosa edificación pasó a manos de uno de los hijos del benemérito, el coronel Gómez, quien por su afición lo siguió exponiendo para el desarrollo de la tauromaquia, arte y negocio continuado por el empresario Luis Branger, quien compró el coso en 1940, cuando Gómez se fue del país.
Progresivamente el coso del centro de Caracas sirvió de escenario para todo tipo de eventos. Cuando de jaleos públicos se tratase, así como en el entonces naciente Hotel Ávila de San Bernardino, en el Nuevo Circo también era la cosa. Políticos, invitados internacionales, músicos, cultores populares, creadores y luminarias de disciplinas deportivas como el boxeo y la lucha libre (que acaparaban la atención de la creciente afición capitalina) desfilaron por allí. También debutaron los famosos Trotamundos de Harlem en un mágico espectáculo de baloncesto show. De César Girón a Leonardo Benítez, del Dragón Chino a Basil Battah, de La Billos a Xavier Cugat, Cantinflas y todos los famosos pisaron su arena y son parte de su solera.
La salsa, movimiento musical urbano, casi sinónimo de Caracas, no podía quedarse ajena al Nuevo Circo y allí se dio el maratón de salsa de los barrios, de donde salieron muchas agrupaciones que luego se hicieron famosas y dejaron sus huellas en el acetato –máxima expresión de la discografía–, y en el ADN del melómano capitalino.
Después de una serie de pugilatos legales, con intenciones políticas y crematísticas, que incluso lo pusieron en peligro de demolición, se ha ido aclarando la figura de tan elemental edificación para el arraigo caraqueño: allí se imparten hoy talleres culturales, auspiciados por el Núcleo Endógeno de Desarrollo Cultural Nuevo Circo de Caracas y representa una de las máximas expresiones del patrimonio cultural de la arquitectura e historia caraqueñas. Al paso de los años la estructura fue quedando en el abandono hasta que por recomendaciones de los Bomberos de Caracas dejó de usarse, porque no cubría los cánones de seguridad requeridos para eventos masivos. Parte de la historia, de la vida y el espectáculo caraqueño definitivamente quedó desplazado en sus funciones (mas no en el recuerdo ni en el acervo), por el Poliedro de Caracas, erigido en La Rinconada de Coche, en 1974. Esas y millones de historias caraqueñas se tejen en torno al andamiaje arquitectónico que simboliza esta magistral obra de Chataing.
El Pepazo