Leonardo Núñez Martínez
Para Alvarito, la tarea secuente de pescar, componer y vender pescado resultaba complicada y prometía resultados infructuosos. Según él, todo vendedor de este producto venido a San José desde Barranquitas y Caleta o capturado con anzuelos y chinchorros en las aguas de los ríos Lora, Aricuaizá o Santa Ana terminaba destruyendo las puertas, estribos, guardafangos y el piso del cajón de la camioneta que recorría las calles de los pueblos y ciudades ofreciendo pescado al grito pregonero de: ¡Pescao, pescao!.
Decía que el negocio «no duraba mucho» por la sal que inevitablemente corroía la estructura metálica del vehículo, reduciéndolo al poco tiempo a un «chutico» que frustraba al vendedor, obligándose éste a cambiar de oficio.
Mi recordado y folclórico primo nos emplazaba a nombrar sólo un caso de un comerciante de pescado que haya conservado exitósamente su «cacharra» Ford, GMC o Chevrolet Apache dedicándose a ese negocio.
Nosotros lo confrontábamos diciéndole que el problema se resolvía lavando la sal a tiempo; que comer bocachicos, manamanas, paletones, torunos, lisas, pámpanos y corronchos era una necesidad y costumbre del pueblo perijanero y de todas partes; y que la falta de previsión no podía suprimir la labor de «salar y vender pescado».
Si no se preveen los daños que la Corrupción causa a los planes programas y proyectos del gobierno; si la conducción y manejo de éstos se deja en manos de la burocracia y no del Poder Popular; y si no se sanciona al bandidaje desatado que existe, las políticas públicas correrán la misma suerte de los imprevisivos vendedores de pescado, predestinados al fracaso según pensaba Alvarito.
¡ORGULLOSAMENTE MONTUNO!
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El Pepazo