En el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, se realizaron movilizaciones en 25 estados del país latinoamericano para exigir respuesta a las más de 105.000 desapariciones.
José Beltrán
El martes 30 de agosto se conmemoró en México el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, con manifestaciones en 25 estados conformadas por miles de familias que buscan a más de 105.000 personas desaparecidas en el país latinoamericano y que reclaman la identificación inmediata de 52.000 cuerpos que yacen en servicios forenses, cementerios o fosas clandestinas.
María del Pilar Serrano Romero viajó unos 60 kilómetros en autobús desde Tizayuca (estado de Hidalgo) hasta la Ciudad de México para intentar obtener pistas sobre uno de sus cuatro hijos, Saúl Emiliano Pérez Serrano, desaparecido el 3 de agosto cuando se dirigía a una cita de trabajo.
La mujer se trasladó hasta la capital mexicana porque en Tizayuca las autoridades no le han dado respuesta tras denunciar la desaparición de su hijo de 17 años, quien «no fumaba, no tomaba y no tenía tatuajes». En cambio, la madre recordó que Pérez Serrano disfrutaba estar en casa y que es un adolescente muy trabajador que se desempeñaba como ayudante de albañil.
Junto a Serrano Romero estaba Bernardino, el abuelo del joven desaparecido. «Era muy responsable, cuidaba a sus dos hermanas (de 16 y 11 años), iba a empezar sus clases, estaba inscrito y ahorita no está», lamentó el hombre mientras sostenía un cartel con la fotografía de su nieto, en la que aparece con el cabello corto negro, lentes, posando de perfil con los brazos cruzados.
«Siento una tristeza muy grande de estar aquí. Nunca pensamos estar de este lado», dijo Serrano Romero el martes a las 10 de la mañana desde las escaleras del Ángel de la Independencia en la capital mexicana, uno de los puntos de concentración de la movilización de esta jornada.
El domingo 1 de septiembre de 2019, Rodriga Calderón vio por última vez a su hijo Luis Eduardo Barra Calderón, quien se preparaba para ir a jugar fútbol. Antes de ir al mercado, la mujer le dio la habitual bendición y le dijo que lo esperaba a las 02:00 de la tarde para comer.
Después supo que a su hijo lo habían privado de su libertad junto a un amigo, cuando al parecer estaban en un billar de Chilapa, en el estado de Guerrero. En estos tres años, Calderón no ha tenido ninguna respuesta de las autoridades, pese a que presentó denuncias ante el Ministerio Público de Chilapa, en la Fiscalía General del Estado (FGE) en Chilpancingo y ante la Fiscalía General de la República (FGR).
«No nos dan solución alguna, no hay avance», lamentó la mujer, quien tomó el dinero que había obtenido en una semana de la venta de la tradicional bebida atole para pagar su viaje exprés a la capital mexicana.
A unos 500 metros del Ángel de la Independencia se ubica la Glorieta de las y los Desaparecidos, un sitio de memoria que el martes reunió a cientos de personas que se sumaron a la conmemoración del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, una agenda que fue resumida por la solidaria religiosa Paola Clerico Medina como «ocho horas de actividades, luchas, gritos y esperanza».
Desde la Glorieta de las y los Desaparecidos, en donde los colectivos elaboraron un mandala con pétalos de flores, Verónica Rosas Valenzuela —quien busca a su hijo Diego Maximiliano Rosas, secuestrado el 4 de septiembre de 2015 en el Estado de México— repartió abrazos a los familiares, incluyendo a Yoltzin Martínez Corrales —en búsqueda de su hermana de Yatzil, desaparecida el 27 de abril del 2010 en Guerrero—.
Martínez Corrales explicó el significado que tiene «luchar» en una jornada tan importante. «No solamente es buscar en fosas, es recordarle a la sociedad que nuestros tesoros desaparecidos son vidas», dijo.
Con el calor sofocante del mediodía, unas 40 personas se encaminaron hacia la sede de la Fiscalía General, a unos 800 metros, mientras Bernardino cantaba con fuerza «Únete, únete, que tus hijos pueden ser [los desaparecidos]». El contingente caminó por la calle de Génova en medio de miradas curiosas de los empleados de los bares aledaños, y ante la compasión que despertó la movilización en Ismael Vanegas, un trabajador de una cadena de comida rápida a quien le resultó muy triste que «cada día hay gente que desaparece sin dejar huella«.
La Fiscalía General fue el sitio de encuentro de reclamos de decenas de familiares que tomaron el micrófono para denunciar que las autoridades son incompetentes y omisas en la resolución de sus casos. Martínez Corrales habló de la «digna rabia» que tienen contra los «servidores públicos que no han hecho nada». «Nos hace falta justicia, pero sobre todo, que nos regresen con vida a nuestros tesoros desaparecidos», agregó.
Afuera de la dependencia también se derramaron lágrimas cuando Adriana Martínez Rojas contó que este año encontró a su hijo Marwan Uriel Andrade Martínez en una fosa clandestina en Michoacán. Por ese «dolor tan grande» que sintió, la mujer exigió que el caso no quede en la impunidad. Cuando algún familiar nombró a su ser querido desaparecido, los acompañantes respondieron: «presente, ahora y siempre».
En una pared situada frente a la entrada de la Fiscalía General, el colectivo Huellas de la Memoria pegó mosaicos con fotografías de personas desaparecidas y el contorno de las suelas de los zapatos de las madres y padres buscadores.
Olga Lidia Salazar Hernández colocó un mosaico con la fotografía de su hija Marión Ivette Sampayo Salazar, desaparecida el 14 de enero del 2011 en Poza Rica, estado de Veracruz. Junto a la imagen, la mujer pegó otra pieza que tenía dibujado el contorno con la suela de unos zapatos que utilizó por mucho tiempo para la búsqueda de su hija.
En la suela color verde, Salazar Hernández escribió en letras blancas que seguirá buscando a su hija, «sin importar el tiempo que pase y el camino que tenga que recorrer».
De regreso en la Glorieta de las y los Desaparecidos, Ana Enamorado pegó fotografías de migrantes que fueron vistos por última vez en su tránsito por México. Desde enero de 2010, esta mujer hondureña busca a su hijo Óscar Antonio López Enamorado, desaparecido en el estado de Jalisco.
Mientras colocaba las imágenes en tela en un marco de la Glorieta, Enamorado lanzó un deseo para que todos los migrantes regresen a casa, y advirtió que las autoridades deben ver que «la lucha de las familias no se va a acabar jamás».
«Vamos a seguir insistiendo hasta que regresen a nuestros familiares con vida», sentenció Enamorado.
Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo
El Pepazo/RT Español
En el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, se realizaron movilizaciones en 25 estados del país latinoamericano para exigir respuesta a las más de 105.000 desapariciones.
José Beltrán
El martes 30 de agosto se conmemoró en México el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, con manifestaciones en 25 estados conformadas por miles de familias que buscan a más de 105.000 personas desaparecidas en el país latinoamericano y que reclaman la identificación inmediata de 52.000 cuerpos que yacen en servicios forenses, cementerios o fosas clandestinas.
María del Pilar Serrano Romero viajó unos 60 kilómetros en autobús desde Tizayuca (estado de Hidalgo) hasta la Ciudad de México para intentar obtener pistas sobre uno de sus cuatro hijos, Saúl Emiliano Pérez Serrano, desaparecido el 3 de agosto cuando se dirigía a una cita de trabajo.
La mujer se trasladó hasta la capital mexicana porque en Tizayuca las autoridades no le han dado respuesta tras denunciar la desaparición de su hijo de 17 años, quien «no fumaba, no tomaba y no tenía tatuajes». En cambio, la madre recordó que Pérez Serrano disfrutaba estar en casa y que es un adolescente muy trabajador que se desempeñaba como ayudante de albañil.
Junto a Serrano Romero estaba Bernardino, el abuelo del joven desaparecido. «Era muy responsable, cuidaba a sus dos hermanas (de 16 y 11 años), iba a empezar sus clases, estaba inscrito y ahorita no está», lamentó el hombre mientras sostenía un cartel con la fotografía de su nieto, en la que aparece con el cabello corto negro, lentes, posando de perfil con los brazos cruzados.
«Siento una tristeza muy grande de estar aquí. Nunca pensamos estar de este lado», dijo Serrano Romero el martes a las 10 de la mañana desde las escaleras del Ángel de la Independencia en la capital mexicana, uno de los puntos de concentración de la movilización de esta jornada.
El domingo 1 de septiembre de 2019, Rodriga Calderón vio por última vez a su hijo Luis Eduardo Barra Calderón, quien se preparaba para ir a jugar fútbol. Antes de ir al mercado, la mujer le dio la habitual bendición y le dijo que lo esperaba a las 02:00 de la tarde para comer.
Después supo que a su hijo lo habían privado de su libertad junto a un amigo, cuando al parecer estaban en un billar de Chilapa, en el estado de Guerrero. En estos tres años, Calderón no ha tenido ninguna respuesta de las autoridades, pese a que presentó denuncias ante el Ministerio Público de Chilapa, en la Fiscalía General del Estado (FGE) en Chilpancingo y ante la Fiscalía General de la República (FGR).
«No nos dan solución alguna, no hay avance», lamentó la mujer, quien tomó el dinero que había obtenido en una semana de la venta de la tradicional bebida atole para pagar su viaje exprés a la capital mexicana.
A unos 500 metros del Ángel de la Independencia se ubica la Glorieta de las y los Desaparecidos, un sitio de memoria que el martes reunió a cientos de personas que se sumaron a la conmemoración del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, una agenda que fue resumida por la solidaria religiosa Paola Clerico Medina como «ocho horas de actividades, luchas, gritos y esperanza».
Desde la Glorieta de las y los Desaparecidos, en donde los colectivos elaboraron un mandala con pétalos de flores, Verónica Rosas Valenzuela —quien busca a su hijo Diego Maximiliano Rosas, secuestrado el 4 de septiembre de 2015 en el Estado de México— repartió abrazos a los familiares, incluyendo a Yoltzin Martínez Corrales —en búsqueda de su hermana de Yatzil, desaparecida el 27 de abril del 2010 en Guerrero—.
Martínez Corrales explicó el significado que tiene «luchar» en una jornada tan importante. «No solamente es buscar en fosas, es recordarle a la sociedad que nuestros tesoros desaparecidos son vidas», dijo.
Con el calor sofocante del mediodía, unas 40 personas se encaminaron hacia la sede de la Fiscalía General, a unos 800 metros, mientras Bernardino cantaba con fuerza «Únete, únete, que tus hijos pueden ser [los desaparecidos]». El contingente caminó por la calle de Génova en medio de miradas curiosas de los empleados de los bares aledaños, y ante la compasión que despertó la movilización en Ismael Vanegas, un trabajador de una cadena de comida rápida a quien le resultó muy triste que «cada día hay gente que desaparece sin dejar huella«.
La Fiscalía General fue el sitio de encuentro de reclamos de decenas de familiares que tomaron el micrófono para denunciar que las autoridades son incompetentes y omisas en la resolución de sus casos. Martínez Corrales habló de la «digna rabia» que tienen contra los «servidores públicos que no han hecho nada». «Nos hace falta justicia, pero sobre todo, que nos regresen con vida a nuestros tesoros desaparecidos», agregó.
Afuera de la dependencia también se derramaron lágrimas cuando Adriana Martínez Rojas contó que este año encontró a su hijo Marwan Uriel Andrade Martínez en una fosa clandestina en Michoacán. Por ese «dolor tan grande» que sintió, la mujer exigió que el caso no quede en la impunidad. Cuando algún familiar nombró a su ser querido desaparecido, los acompañantes respondieron: «presente, ahora y siempre».
En una pared situada frente a la entrada de la Fiscalía General, el colectivo Huellas de la Memoria pegó mosaicos con fotografías de personas desaparecidas y el contorno de las suelas de los zapatos de las madres y padres buscadores.
Olga Lidia Salazar Hernández colocó un mosaico con la fotografía de su hija Marión Ivette Sampayo Salazar, desaparecida el 14 de enero del 2011 en Poza Rica, estado de Veracruz. Junto a la imagen, la mujer pegó otra pieza que tenía dibujado el contorno con la suela de unos zapatos que utilizó por mucho tiempo para la búsqueda de su hija.
En la suela color verde, Salazar Hernández escribió en letras blancas que seguirá buscando a su hija, «sin importar el tiempo que pase y el camino que tenga que recorrer».
De regreso en la Glorieta de las y los Desaparecidos, Ana Enamorado pegó fotografías de migrantes que fueron vistos por última vez en su tránsito por México. Desde enero de 2010, esta mujer hondureña busca a su hijo Óscar Antonio López Enamorado, desaparecido en el estado de Jalisco.
Mientras colocaba las imágenes en tela en un marco de la Glorieta, Enamorado lanzó un deseo para que todos los migrantes regresen a casa, y advirtió que las autoridades deben ver que «la lucha de las familias no se va a acabar jamás».
«Vamos a seguir insistiendo hasta que regresen a nuestros familiares con vida», sentenció Enamorado.
Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo
El Pepazo/RT Español