Leonardo Núñez
Las luciérnagas se adueñan de la oscuridad cuando en masa se hacen presentes con su luz fosforescente. Destellos azulados con los cuales, en intérvalos que parecen cronometrados, las luciérnagas hembras atraen a los machos para un apareamiento con precisión. Estos caen sobre ellas, impresionados por el centelleo incesante.
La Bioluminiscencia, que consiste en la capacidad que tienen muy pocas especies animales para emitir o brillar con luz propia, llamó muchas veces nuestra atención infantil que se frustraba cada vez que intentábamos encontrar un «bombillito» el alguna parte del cuerpo de un cocuyo atrapado. Nuestra imaginación no alcanzaba a comprender cómo de las glándulas de estos insectos emanaban sustancias químicas que al juntarse producen energía en forma de luz.
En el monte, «la luz del cocuyo» se hace más intensa al no confundirse con otras fuentes de iluminación y por ser muy numerosos los emisores. Las noches en el río Lora, por «mundo al revés», son acompañadas por cientos de estas «lucecitas» silenciosas. La sabana, en sus lugares más solitarios, sea verano o invierno, es «alumbrada» por ellas inevitablemente. Desde los cerros de Alturitas, en cualquier «vega» o «palotal», incluso dentro de ellas, las luces frías de las luciérnagas se divisan con facilidad. En la ciudad, los ya acostumbrados «apagones» las dejan ver mirando al cielo desde patios, techos, balcones y azoteas.
Brillar con luz propia es una exigencia para los comunicadores, escritores, políticos, funcionarios públicos, educadores, artistas, emprendedores y voceros del Poder Popular, entre otros, requerimiento que se extiende a todos los ciudadanos.
Crear, inventar, aportar, renovar y armar una propuesta, un discurso, una aptitud, un estilo, sin copiar las «emisiones» de otros, se hace cada vez más necesario. Brillar con luz propia significa no conformarnos con calcar, imitar o copiar lo que otros dijeron o hicieron originalmente.
Si no agregamos, innovamos o «parimos» en la lucha social, política, económica, cultural, ecológica, la «flojera intelectual» se apoderará de nosotros, sustituirá nuestra inteligencia y sólo el cliché, los dogmas, la repetición, la imitación y el discurso prestado nos caracterizarán.
Seamos capaces de exigirnos, esforzarnos, generar y producir ideas propias, tomando el ejemplo que la naturaleza nos brinda con «la luz del cocuyo».
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